Cada vez que Marta no obtenía lo que ella quería, amenazaba con irse a tirar al Ts’ono’ot o Cenote de Sambulá. Posiblemente esta idea la obtuvo de los rituales con sacrificios humanos que según se cree los mayas hacían en los cenotes. Como el Sambulá, hay miles en Yucatán.
Las aguas interiores que bajo la tierra recorren este estado, afloran a la superficie en forma de cenotes. A falta de ríos o lagos, grandes asentamientos de la cultura maya se formaron en torno a los cenotes. Así las ciudades se fueron construyendo alrededor de ellos y es por eso que la mayoría de los poblados actuales tienen un cenote, que se ha convertido con el paso del tiempo, en un sello distintivo de cada región. El Sambulá es el cenote de Motul.
Por lo que es también el cenote de mi historia. El cenote de Marta, de Rita, de Amparo y de Beatriz. Las primeras entraron alumbrándose con la luz de quinqués, ya que este en particular es un cenote cerrado que tiene muy pocas aberturas por donde se filtran los rayos del sol.
Y aunque Marta nunca cumplió su amenaza de tirarse al Sambulá, sí vivió la experiencia, al igual que las otras mujeres de mi historia, de sentir la inmensa tranquilidad que da el admirar las hermosas aguas de color turquesa, cristalinas y templadas que se encuentran en su interior. Todas bajaron a esta cueva subterránea y en ella encontraron un refugio de paz. Principalmente en los momentos en que el ritmo de sus vidas cambió, por una u otra razón. El Sambulá siempre estuvo ahí, abierto para recibirlas.
¿por qué no tienen un botón de “me encanta”?
tendras que dar un tour de la novela cuando la termines – que incluya el cenote de tus mujeres – quiero ver que aguas calmaban sus humores :)))